sábado, 27 de octubre de 2007

Y todo fue una fiesta

Tuvieron que llamar al dueño del Tortoni para que autorizara algunas cosas. Desde el hecho de volver a antiguos tiempos en que se ubicaban las mesitas en la vereda (la avenida, entonces, era doble mano y de adoquines), permitir la monta de un escenario de 4 x 2, el sistema de sonido, y, lo más discutido, los globos, las guirnaldas y las bombillas de colores.

El gallego apareció y no pudo contra el gesto en las caritas felices de las damas que esperaban paraditas en la puerta. Dijo “Vamos!, pero qué va!" y ello se interpretó como un sí agradecido con un aplauso cerrado.
Entonces, el casi centenar de personas que se había reunido, empezó a dispersarse como hormigas que perdieron el rumbo, ligeras, casi nerviosas.

Los señores mayores, sobre todo los representantes del Club del Progreso se distinguían por sus pajaritas, traje, y bastón; las damas de siempre por sus vestidos estampados, el peinado de salón con mucho fijador y colorete en los pómulos. Obedientes, llevaban en sus carteras los zapatitos con pulsera y tacón por si acaso se filtrara una milonguita de ocasión.

El senador merece una descripción aparte: llegó acompañado por su señora esposa, alguno de sus hijos y el comité de asesores de la campaña nacional. Ni por un segundo se le desdibujó la sonrisa que le había sido requerida desde un comentario-a-post. Ojos buenos de bueno, vivaces, y ademanes gentiles, eran la credencial de “verdadero señor”. Fue uno de los primeros en ubicarse en una mesa, abdicó cualquier posibilidad de protagonismo y acompañó desde allí a su gran amigo el dotor.

La murga de Barracas esperaba su turno un poco atrás, sobre la calle; el sol pleno de mediodía porteño los hacía transpirar bajo los atuendos azules y blancos con brillo reflectante de lentejuelas humildes, cosidas con amor. Afinaban sus cornetas y, saltimbanquis, ensayaban las rutinas de ese baile que sale del corazón.

Un grupo de muchachitos se encargó de la escenografía: autorizados los globos (colorados, blancos y dorados) los armaron como pasacalles. Fue tan genial el trabajo que cuando terminaron, todo el sector se refrescó. Habían logrado crear una especie de parra que aportó la sombra buena, ideal para el bienestar. Las muchachas, jóvenes, todas bellas por la propia edad, esa que siempre es generosa con la mujer, flojas de ropas, en jeans y camisetas se ubicaron por detrás, “en las patas” con velada intención de tener la vista perfecta de la concurrencia.

La mayoría de los varones jóvenes hacían tareas, aquellos con los globos, otros con los cables para los micrófonos y los más valientes encararon a los policías de la cuadra y los convencieron de cerrar el paso de los automóviles por un rato; después, extendieron una enorme alfombra que había sido tejida por las señoras de la Asociación Amigas de la calle Bompland, del barrio Palermo Viejo. Sobre ella empezaron a ubicarse, sentados a lo indio, un par de docenas de turistas que caminaban por el barrio y les atrajo el espectáculo, aún a medio montar.

Cuando todo estuvo más o menos organizado, apareció don Carlos, “El genuino”, visiblemente conmovido. Había estado dentro del bar, esperando, incrédulo y a la vez ilusionado.
Lo seguía doña Eulogia, la patrona, emanando todo el orgullo que la modestia del candidato no le permitió mostrar.

Otra vez el aplauso, los vítores, y la murga que despachó algunas melodías de la época del Club del Clan. Al candidato lo embargó una gran emoción que trató de disimular con la misma sonrisa de todos los días, la misma velocidad para caminar, la misma mirada para provocar.

Leticia, encargada del protocolo supo advertir esos nervios, así que con agilidad de gata saltó al escenario y lo presentó:
“Vive en Buenos Aires, en uno de los pocos lugares por donde en la esquina aún pasa el tranvía. Sabemos de él todo lo que imaginamos, tenemos de él, lo que nunca nos da… pero que otros se encargan de contar y por eso, todo él es una
gran historia, encantadora… En el andén de los recuerdos perdidos, toreando al
tren expreso del olvido… por allí lo encontrarán…
(y siguió...)

Otra vez los aplausos y entonces Carlos se animó: saquito sport, corbata, zapatitos de cuero y cordón…y se largó con un tangazo:

"Anoche….anoche pensaba en todo esto, y de pronto el bagre me canturreó una milonga puro hambre y las ganas de un balón. Yirando por Corrientes, la salida de un café me atrapó con la ilusión de haber comido y el insomnio se nos unió de prepo en la noche quietecita, acurrucada, aguda y peligrosa como el silbido de un bandoneón. Me venció un sueño vago, un poema nunca escrito y otro vaso por favor. Colándose con tranco lento unos focos se apagaron pero estos rostros que ahora veo se colgaron de un farol. Hice un trato con la luna y caminando, me mostró al desconsuelo tranzando un vicio, la muerte haciendo burla a las estrellas, el amor apretado en un portal… y se bandeó y me batió el eterno secreto del encanto de los besos en os filos de las copas, en los labios, en las manos más pequeñas, o en la frente… los besos del amor…
Todavía no lo logré muchachos… pero cuando esté empatado con la vida, que mi propio cuchillo corte el cuero y que el viento de esta avenida esparza las cenizas de mi pulso todavía tibio… así podrán lanzar la mirada que descanse solitaria en el cordón… y podrá llorar el fuelle las promesas que le hice al arrabal… Todavía estoy acá, un hijo más del carnaval de esta vida fulera que igual no deja de ser siempre fiesta… lo que hay que saber es … bailar!"

La ovación vino, curiosamente, por el lado de los turistas extranjeros. Parece que un estudiante peruano que hablaba inglés, ofició de traductor. Los siguieron los invitados y las señoras hasta se pararon y tímidamente corearon unos “bravo!”. Don Carlos, más sorprendido aún, se quedó sin qué decir.

Su jefa de campaña, cuyo atuendo se parecía más al de los turistas y por eso no había sido advertida, fue en ayuda del candidato; lo abrazó, le sugirió que bajara y se instalara en su mesita y cuando las emociones disminuían en latidos, tomó el micrófono e improvisó:

“Tenés el arte de asomarte, pero rara vez mostrarte íntegramente. Adivinarte queda librado a la imaginación que no falta y creo que no sos inocente… del todo; creo más bien que es tu naturaleza inasible, alguna reminiscencia oriental habrá con jazmín y menta que de algún modo preservás; como la libertad y la independencia que se pagan con la moneda de cierta soledad, de recintos no franqueados…”

El discurso seguía, pero la Eulogia -aprovenchando el hechizo del que estaba presa la concurrencia- se levantó de su silla, caminó hasta el escenario, se parapetó unos instantes .. y ¡vanos fueron los intentos de las chiquilinas de atrás por detenerla! Subió y le propinó un gancho de izquierda que fue a dar certeramente en la mandíbula de la oradora, que se desplomó como una bolsa de papas.

Ante el revuelo que se armó, Raúl, un muchacho amigo de Carlos de otro sitio virtual, alzó la mano y la murga siguió tocando, un poco desafinados esta vez y sin sacar los ojos de la escena del crimen.

Las señoras más pacatas le daban la razón a Eulogia e intentaron persuadirla para que no utilizara la violencia, sino algo más femenino… algo como una exposición ante la seccional de policía más cercana y una denuncia por acoso con pedido de orden de restricción. Los jóvenes (nacionales y extranjeros) sólo estaban preocupados por desmontar parte del escenario para que pudiera ingresar la ambulancia del SAME. El senador, tironeado en esencia por ambas partes en la contienda, atinó y rapidamente fue a acompañar a Carlos, el genuino, que no salía de la estupefacción. Leticia, como una madrecita angustiada, sostenía el cuerpo inerte de su alumna predilecta y a los ojos de quienes no podían creer lo sucedido, logró componer una escena que parecía la copia de la mismísima escultura de La Piedad.

Una vez que fue seguro que la jefa de campaña sobreviviría al black out (término instalado por los muchachitos turistas), las chiquilinas ordenaron a Cacho, otro amigazo del candidato cuando por otros universos se lo conocía como “Carlos, Conde, Señor de la Palomas” a que rápidamente pusiera música. De los parlantes que colgaban de los jacarandás empezaron a sonar twists, fox trots, boggie woogies y sones del estilo: toda la muchachada invadió la alfombra de las Señoras Amigas de la Calle Bompland y relajaron la situación. Los amigos del geriátrico, aún con sus limitaciones de salud, se animaron a sacar a bailar a las damas y de a poco pero sin pausa, todo volvió a ser alegría.

Pero al rato, otro hito: se silenciaron los parlantes y por unos instantes se dudó del hechizo. Todos paralizados mirando sin ver, sin entender…. pero ahí nomás, sin dejar pasar el tiempo que se necesita para pestañar y creer que se está(ba) soñando, una orquestita típica que nadie había visto venir, se largó con todo con tangos, candombes y milongas.

Las muchachas saltaron y gritaron de alegría, los varones las miraban con ganas y con celos hacia los turistas que enseguida intentaron el baile del amor y de los guapos con las porteñitas. De todos modos, pese al gran esfuerzo… ninguno de los de esa generación logró empardar a los más grandes: sacaron la alfombra porque trababa los taquitos altos y el deslizamiento de los timbos, y le sacaron lustre al asfalto tibio…. amigable de la Avenida de Mayo.

No sé cómo siguió la cosa porque tuve que venir a contarles ésto… pero a través de la ventana me llega un sonido parecido al de esta tarde; me parece escuchar la gritería, las voces de los amigos y, entre ellas, una inconfundible: la del gordo Alberto…que en este preciso momento entona como los dioses y dice…


“siga el baile… siga el baile!... de la tierra en que nacíiiiii…..”